Cuestionarios creativos: Enza García Arreaza


Me arrepiento constantemente de no haber comprado cosas que siento que tuve que haber comprado. Me pasa con discos difíciles de conseguir, pero también con algunos libros. Recuerdo haber entrado un día a la librería del Teatro Teresa Carreño para hacer algo de tiempo antes de entrar a un concierto. Tomé un libro de Enza García Arreaza y me puse a leerlo. Me sumergí en su encantadora prosa y perdí, por instantes, la noción del tiempo. No sé por qué, pero al final no compré el libro. A Enza la reencontré por Twitter y logré conseguir algunos de sus maravillosos cuentos por Internet. Al final de leerlos no puedo evitar por terminar fascinado por su escritura, pero tampoco puedo dejar de sentirme arrepentido por no haber comprado ese libro: el que propició mi primer encuentro con su impresionante talento.


¿Cuándo te diste cuenta que querías ser escritora?

Cuando no pude controlar la necesidad de poner por escrito un mundo a mi medida. A veces bastaba con describir una pieza musical o con garabatear relatos breves sobre la situación política. Mi cuaderno de matemáticas de quinto año está lleno de esas cosas.

¿Hubo alguna persona (artista, profesor, familiar) que influyó en tu vocación creativa?

Mi papá. Porque ni él ni yo estábamos seguro de qué me estaba inventando con esa compradera repentina de libros y discos. Su intuición y la mía se alinearon para escapar de lo que se esperaba de mí. En ese sentido, creo que los dos, más que padre o hija, hemos sido como dos niños pequeños que se sorprenden frente a una historia o un dibujo.

¿Tienes alguna rutina creativa?

Me gusta escribir en la mañana y corregir en la noche. Comer frutos secos y tomar agua hasta reventar. A veces me instalo en un rincón de la cocina porque me anima el ruido pero otras veces dependo de la música: Nyman, Mahler o Dvorak y a veces Serj Tankian y Kayhan Kalhor. Pero lo más importante es que cuando escribo necesito tener cerca mis lecturas más amadas: siempre debo volver a los poemas de Nabokov o de Montejo, a los cuentos de Saroyan y a las fábulas de zorros. Y otros tantos autores que me guardo en silencio porque de lo contrario esto sería larguísimo.

¿Crees en la inspiración?

Sí y no. Es decir, creo que hay lugares, personas o imágenes que disparan algo dentro de ti y entonces tienes que correr a tomar nota. Pero una inspiración sin trabajo arduo que la sostenga y la ampare no creo que llegue a ningún lado. Para escribir, me temo, hay que sudar tanto como cuando se limpia un baño.

¿Qué te inspira?

Un deseo no concedido, un árbol genealógico, la literatura misma y tantas lecturas que pasan por uno y desordenan el mapa celeste.

¿Cuál es la creación de la que te sientes más orgullosa y por qué?

De El bosque de los abedules. Por haberle dado ese nombre. Es decir, me siento orgullosa de hacer exactamente lo que quiero.

En momentos de duda, bloqueo o inseguridad, ¿qué haces?

Lo dejo. Dejo regado todo eso en el escritorio y me pongo a dibujar o a conversar con mis sobrinos. Hay tantas maneras de narrar el mundo, porque el mundo sigue ahí mientras uno se encierra a escribir. Amar, por ejemplo, es una forma narrativa paralela.

¿Cuáles son tus ídolos creativos?

Pamuk, Mahler, Nabokov: exagerados, orgullosos, los animales más bellos.

¿Con cuál de ellos te gustaría cenar? Y si tuvieras la oportunidad de hacerle sólo una pregunta, ¿qué te gustaría preguntarles?

Me gustaría cenar con Nabokov en medio de algún bosque ruso. Me gustaría verlo regresar a casa. No le preguntaría nada. Creo que lloraría de felicidad al ver que alguien todavía tiene razones para volver a su patria.

¿Qué consejo le darías a alguien que esté empezando a escribir?

Que la mayoría de los consejos sobran.

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