Fito Páez en Luna Park: Amar su música después de amarla

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Tenía casi cuatro años sin escuchar la música de Fito Páez.

Dejé de escucharlo después de Rodolfo: no me gustó Confiá y detesté Canciones para aliens. Reconozco que me había hartado de Fito. Pero nunca dejé de quererlo, cosa que descubrí cuando fui a verlo en estos días en el Luna Park, en Buenos Aires.

Siempre había querido ver a Fito en Argentina. Y deber ser porque tengo cierto fetiche de ver a artistas hacer su arte en su tierra natal. Me causaba mucha curiosidad conocer cómo se sentía la música de Fito en el país que lo vio nacer.

En lo que supe que Fito cerraría la gira con la que celebraba 20 años de su clásico El amor después del amor, no lo pensé mucho y decidí comprarme una entrada. Como ya dije, mi principal motivación estaba representada por la experiencia de verlo cantar en Buenos Aires, pero también temía un poco que verlo en vivo confirmara mi opinión de su música más reciente: que ya no me gustaba.

La imagen con la que me encontré al salir del subte a dos cuadras antes de llegar al Luna Park comenzó a desvanecer ese temor. Parejas jóvenes agarradas de manos que vestían franelas de Fito corrían con emoción para entrar al recinto. En efecto, era una postal de celebrar al amor con amor.

Entré al Luna Park y poco a poco comenzó a llenarse. La emoción era evidente. Un joven delgado de pelo largo que estaba sentado unas filas más abajo se levantó de su silla y comenzó a cantar las primeras estrofas de El amor después del amor, batiendo sus brazos hasta juntarlos y hacer palmadas, aupando a la audiencia a que cantara con él. Otros aplaudían en unísono para intentar apurar el comienzo del show.

Se apagaron las luces y los miembros de la banda se incorporaron a la tarima. La voz de Fito entonaba los primeros versos de la canción que titula el álbum. La euforia no se hizo esperar y no se apagó hasta el final del recital. El momento me emocionó. Empecé a corear muchos de los temas que Fito cantó -unos que incluso ya había dado por olvidados.

El concierto estuvo impecable. La banda estuvo compacta. La voz de Fito desafinó muy poco. La corista Adriana Ferrer, de Medellín, cantaba y bailaba de manera espectacular. Fito cantó el disco de principio a fin (incluyendo videos de los invitados especiales como Luis Alberto Spinetta en Pétalo de Sal, Fabiana Cantilo, Andrés Calamaro y Charly García) y luego de una breve pausa dio comienzo a otros clásicos de su repertorio.

Uno de los momentos que más disfruté, y que dice mucho del talento musical de Fito fue cuando al finalizar de tocar Tres agujas hizo una genial transición a No soy un extraño de Charly García. Otros momentos inolvidables fueron la interpretación de Naturaleza sangre, Ciudad de pobres corazones, y Al lado del camino. Incluso se atrevió a tocar El sacrificio, tema que titula su nuevo –e irregular- disco, el primero de los tres que piensa editar este año.

Ver a Fito en Luna Park me hizo pensar en muchas cosas. Un artista podrá tener sus malos ratos, a fin de cuenta todos los tienen, pero si su música resuena con tus sentimientos se hospedará para siempre en tu corazón. También me sorprendió el cariño de los porteños hacia Fito, un artista cuyo carisma es difícil de resistir. Ser testigo cercano de esa conexión me conmovió. Pero la mayor lección que me dio el recital siempre estuvo en el mismo título del disco que su creador celebraba: aprendí que se puede amar a una música y a su autor, incluso después de haberlos amado.

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