La extraña vigencia del gusto


En estos días me encontré con una chama que no veía desde hace cuatro años. A ella la conozco desde el año 2000. Y, desde que la conocí, me gustó.


Hace un par de semanas la vida volvió a ponernos en contacto, y también se encargó de hacerme sentir cosas a las que todavía les busco explicación.

La vi de lejos, sabía que era ella, y sabía que en cuestión de minutos nos re-encontraríamos, pero si les soy sincero en ese momento no sentí nada fuera de lo normal.

En ese momento pensé que lo que yo alguna vez llegué a sentir por ella ya se había evaporado. Fue entonces cuando calculé el número de años que tenía sin verla, cantidad que era más que suficiente para que mis sentimientos se hubiesen desvanecido. Pero no: la realidad me hizo saber algo muy distinto.

Debo haberme distraído luego de haberla visto pensando en lo que acabo de describirles. El punto es que dicho re-encuentro me tomó desprevenido. Una voz anunció mi nombre en un sincero tono de alegría: era ella. En el momento en el que volteé a verla, en tan sólo cuestión de segundos, mi cuerpo volvió a sentir lo mismo que sentí cuando la conocí: que me gustaba; que me seguía gustando.

Le respondí emocionado e intentamos actualizarnos: qué es de tu vida; yo esto, ella lo otro. Al final, ella expresó su intención de que nos viéramos, de que hablásemos con más calma, y sugirió que nos tomásemos un café. Yo, ilusionado, le pedí entonces su teléfono y juntos prometimos que nos veríamos pronto.

Al despedirla, seguía nervioso. No puedo negarles que me emocioné profundamente no sólo al verla, sino también por esa promesa de un futuro re-encuentro. Luego de que las aguas revueltas de la emoción lograron calmarse, el pequeño pero letal juececillo de mi cabeza entró en acción.

Si bien esa chama siempre me ha gustado nunca me dio reales muestras de que ella también estuviese interesada en mí. Hace años recuerdo que salimos en un par de ocasiones, pero en ninguna de ellas fui capaz de leer que sus intenciones pertenecieran a un lugar ajeno a la amistad. Luego de la última vez que salimos, al sentirme defraudado de que quizá ella no sentía lo mismo que yo, decidí no contactarla más.

Y no era cuestión de que yo le guardase rencor ni nada por el estilo. A fin de cuentas nadie está obligado a sentir nada por nadie, y menos se le puede reprochar que no te respondan sentimentalmente de la misma manera que tú lo haces por ella. Creo que mi decisión respondió a efectos de mi bienestar emocional. Primero que nada, yo no necesito, ni quiero, a más amigas mujeres y segundo, sabía que si seguía en contacto con ella mis ilusiones de que surgiera algo entre los dos me haría daño.

Ahora bien, ¿qué pasó entonces? ¿Cómo puede seguirme gustando? ¿Acaso el tiempo y la distancia no se encargan de enfriar las cosas que uno puede sentir hacia otra persona? ¿Por qué me puse nervioso cuando la vi? ¿Por qué volví a ilusionarme cuando me dijo que quería tomarse un café conmigo? ¿Será que los sentimientos no conocen fecha de expiración? ¿Será que en verdad uno no cambia? ¿Que en realidad uno sigue siendo el mismo de antes?

¿Por qué estoy tan emocionado por verla de nuevo?

Comentarios

*Mari dijo…
Life is a bitch, dicen.
Creo que por eso ciertas personas, a pesar de todo, despiertan sentimientos en nosotros cuando las vemos así hayan pasado años.
Anyway, cito el "lema" de mi grupo de amigas: "Si algo es inevitable, disfrútalo" ;)
Abrazote pa' ti.
Nina dijo…
De acuerdo con Mari. Embrace inevitability.

Tq

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